martes, 24 de mayo de 2011

¿PARA QUÉ SIRVEN LOS HIJOS?


Así se titula la nota de Alejandro Rozitchner que publica hoy La Nazión, otro capítulo del "Tratado de Onanismo y Pelotudez":

Como todo el mundo sabe, a los filósofos nos pasa de no entender las cosas más elementales. De esa posición de relativa imbecilidad (que se ha gustado denominar ‘asombro’ para darle un tinte más benigno) derivan las preguntas que nos hacemos, básicas, a veces excesivamente elementales. Responder es otro precio, y ahí el filósofo se pone más artista o literato, acepta aun más sus limitaciones pero también las disfruta, y procede a decir lo que le viene a la cabeza, con el riesgo de que muchos de sus oyentes o lectores pasen al acto y le digan cosas desagradables que pongan en evidencia su patología.

Fui a comprar café y galletitas y me apareció la pregunta ¿para qué son los hijos? En realidad es para mí una vieja cuestión, abierta mucho antes de que la experiencia de la paternidad llegara a mi vida. Antes de querer tener hijos interrogaba a la existencia tratando de entender qué hacía que una persona quisiese procrear, tener descendencia. No me parecía mal, claro, pero no lo entendía. Un amigo me aclaró el tema, otro filósofo, cuando me dijo, un día: “tener hijos es una experiencia afectiva. Ah, dije o sentí yo, claro, es eso.



Bla bla bla bla bla bla, no vale la pena continuar leyendo, ya está todo dicho (si sos masoca, sigue acá). La nota termina así: Tener hijos es la cosa más increíble del mundo, lo cual revela que lo de A.R. es puro onanismo.



“A los filósofos nos pasa de no entender las cosas más elementales”, jeje. El pelafustán tiene la soberbia de los mediocres. El “filósofo” de metegol se plantea cuál es sentido de tener hijos para poder seguir hablando de él. Lo que en realidad desvela a este muchacho es que no logra siquiera arañar la genialidad de su padre y se lo termina facturando a sus propios hijos. Suerte que se lo aclaró un amigo también “filósofo”. Imagínense, entre el cogito ergo sum de Descartes y la diarrea cerebral de Rozitchner hay una eternidad de papelitos de colores y UCEP’s proactivas.


3 comentarios:

Rucio dijo...

Esa es la pregunta que angustia a León Rozitchner y que jamás se pudo contestar.

Ricardo dijo...

Genial la última oración del post y el comentario de Rucio.
Podemos decir que esa pregunta -una "vieja cuestión"- que lo atormenta es, en realidad: "¿para qué carajo sirvo?".

Anónimo dijo...

Yo sospecho que eso exactamente es lo que se pregunta el padre cada día cuando se levanta
Patricia