sábado, 27 de febrero de 2010

LAS HUELLAS DEL GENERAL

En Pibe Peronista no nos resignamos y dimos con las huellas de El General. Quienes hayan sido los autores de aquella infamia –milicos, ladrones, servicios, enfermos, cuyas líneas divisorias se mezclan y entrecruzan en algún lugar difuso de la historia– no pudieron borrarlas. Además, como ya se expresó el pueblo a través de pintadas a lo largo y a lo ancho del país: “Mi General, mis manos son tus manos”.

Esto arrancó el 10 de junio de 1987. No sabemos si es una película de Brian De Palma o una versión desmejorada de Código Da Vinci. El caso es que la profanación del cadáver de Juan Domingo Perón dejó –hasta el momento– unas cinco sospechosísimas muertes y un intento de asesinato fallido, además de infinidad de interpretaciones que van desde lo político y lo criminal hasta lo ritual, lo cabalístico, lo esotérico y la masonería.

Una opereta profesional: con una sierra quirúrgica cortaron las manos con anillo incluido. Se llevaron también el sable, la capa militar y una carta manuscrita con un poema que había dejado sobre el ataúd la viuda Isabel. No se llevaron el rosario. El vidrio blindado de 7 cm de espesor y 170 kg de peso fue roto sólo para disimular: estaba más que claro que los profanadores habían accedido a copias de las 12 llaves que lo abrían y a la llave de la bóveda.

Días después, Julio Dentone, yerno del senador Vicente Saadi, recibió una carta anónima que confesaba el hecho y pedía un rescate de 8 millones de dólares. Estaba firmada por Hermes Iai y los 13. Idéntica carta recibieron el diputado Carlos Grosso y otro legislador. Para demostrar veracidad, cada anónimo iba acompañado por un tercio del papel en que estaba escrito el tosco poema isabelino.

Múltiples hipótesis: las huellas digitales permitían acceder a una cuenta suiza; una supuesta combinación alfanumérica en el anillo para abrir cajas de seguridad; una venganza de la Logia P2; una acción desestabilizadora de los milicos; una movida interna entre quienes surgían como principales referentes del justicialismo por el liderazgo en las elecciones del '89; una operación oficialista y de los servicios de inteligencia para terminar de instalar la imagen de un “peronismo brutal”, entre otras. O bien varias hipótesis combinadas.

Accidentes: el comisario Carlos Zunino sobrevivó a un balazo en la cabeza; el jefe de la federal, Juan Angel Pirker, murió de un supuesto “ataque de asma”; Paulino Lavagna, cuidador del cementerio de Chacarita, falleció luego de denunciar que intentaban matarlo (se informó paro cardiorrespiratorio no traumático, pero la autopsia dijo que había muerto a causa de golpes); María del Carmen Melo, quien se disponía a aportar datos sobre un sospechoso, murió de una hemorragia cerebral luego de terrible paliza; el juez de la causa, Jaime Far Suau, perdió la vida al volcar su auto (se comprobó los neumáticos estaban llenos de gas). Fue reemplazado por el juez Alberto Baños.

En el libro La profanación, Claudio Negrete y Juan Carlos Iglesias sostienen que el móvil fue decididamente político y sugieren que los actores tuvieron algún tipo de apoyo estatal. La novela Las manos de Perón, de Adrián Busto, baraja la hipótesis económica: el intento de cobrar un rescate, el que se les pidió a los diputados mediante esas cartas.

Damian Nabot y David Cox, autores de los libros Perón, la otra muerte y La segunda muerte (Ed. Planeta) fueron literalmente más allá. Sostienen que la clave está en la firma del anónimo: Hermes Iai 13. Sus investigaciones arrojan que Hermes es el dios de los muertos en la mitología egipcia, que Iai significa la rebelión en el tránsito entre la vida y la muerte, y que 13 son las partes en las que se divide el cuerpo, según creencias ancestrales, al momento de abandonar esta vida.

“La mutilación del cuerpo de Perón fue un crimen ritual”, aseguran en La segunda muerte, convencidos de que la profanación cumplió con un rito destinado a privar al cadáver de alguno de sus miembros para que el alma del muerto no pudiera completar “su tránsito hacia el más allá” en paz. Pero además, el libro apunta que el líder de la P2, Licio Gelli, “compartía los objetivos que movían a sus socios militares para desestabilizar la joven democracia argentina”, en referencia a la vinculación del Batallón 601 en el caso.

Pistas, muertes, investigaciones, cajas chinas.
La causa sigue abierta, la manos no aparecen.
Nada nuevo bajo el sol.

Pibe

1 comentario:

Anónimo dijo...

Esta es la historia del peronismo: vejaciones, mutilaciones, represión, fusilamientos, desapariciones y despues nos dicen autoritarios jaja que hijos de p...

abrazo
Fede