viernes, 27 de agosto de 2010

LA ETERNIDAD DE EL ETERNAUTA


A los enfermos de la historieta y el comic les recomiendo la revista online Sonaste Maneco, excelente publicación sobre el género que edita Fernando Ariel García, un amigo con quien hemos compartido un par de años de tedioso trabajo en la administración publica. Recién estaba fisgoneando el número 13, dedicado a Oesterheld (todos los números pueden bajarse en pdf). Acá les dejo un reportaje realizado por García a Solano López en 2007, al cumplirse el cincuentenario de El Eternauta.

El 4 de septiembre de 1957 llegó a los kioscos una revista destinada a cambiar el rumbo de la historieta local: Hora Cero semanal, hogar de El Eternauta, la máxima saga de ciencia-ficción realizada en la Argentina. Durante dos años, la invasión extraterrestre cautivó la imaginación de los lectores que seguían sus peripecias por la avenida General Paz, la cancha de River y otras zonas reconocibles de Buenos Aires.

“Sin ser una declaración de nacionalismo a ultranza –cuenta el dibujante Francisco Solano López–, el trabajo que hacíamos con el guionista Héctor Germán Oesterheld asumía como algo natural que las cosas más fantásticas pasaran a la vuelta de la esquina”.

–Pero El Eternauta tiene una carga política ineludible.

–Sí, aunque al principio no era un proyecto ideológico militante, sino de afirmación de nuestra identidad. No lo hicimos con afán proselitista. Eso vino después”.

Descendiente del homónimo militar y presidente paraguayo, héroe de la Guerra de la Triple Alianza, Solano López nació en Buenos Aires en 1928. Nunca le escapó al bulto; y en su vasta obra conviven el entretenimiento y el reflejo de los conflictos sociales. Pero en 1976, cuando encararon junto con Oesterheld la realización de El Eternauta II, la situación personal era mucho más complicada. “Héctor ya estaba en Montoneros –aclara Solano–. Y sus hijas ya habían sido secuestradas y asesinadas. Yo no compartía el tono propagandístico de la historieta. No me gustaban los militares, pero tampoco simpatizaba con el proyecto de Montoneros. Héctor sí, confiaba totalmente en que iban a ganar. Yo le dije que estaba equivocado y muy expuesto. Que podía caer en cualquier momento. Y así fue”.

–¿A usted también lo persiguieron?

–Vino un grupo de tareas a casa, pero no encontró a nadie porque toda mi familia
trabajaba afuera. Llegaron buscando a mi hijo menor, adolescente, militante de base en Montoneros. Pero él iba de pensión en pensión. Nos hacíamos pasar como tío y sobrino del interior, y así le dejaba a la dueña del lugar mis datos para que me llamara si pasaba algo.

–Y pasó.

–Lo encontraron, rodearon la manzana y se lo llevaron. Yo había estado en el Liceo Militar, a alguien conocía, así que hablé pidiéndoles que mi chico no pasara a las vías de los centros clandestinos, que por favor quedara frenado en algún lugar más identificable. Estuvo preso en La Plata, con un decreto del Poder Ejecutivo. Hasta que al año me dicen que están dispuestos a liberarlo si se iba del país y no volvía más. Así que nos fuimos juntos. A Madrid. Ese viaje fue la primera señal visible de separación de mi pareja matrimonial, que ya venía mal. Para mí era más importante tener a mi hijo conmigo, entablar con él una relación cercana y conocernos mejor. En ese departamento, por los amigos refugiados de mi hijo, me enteré en 1977 que lo habían “chupado” a Héctor. Y un año después, sin confirmación, llegó la noticia de que lo habían asesinado.

–¿Cuándo vio a Oesterheld por última vez?

–Con Héctor en la clandestinidad, sólo nos encontrábamos puntual y esporádicamente para discutir el tinte militante de El Eternauta II, a escondidas y de noche. Después de una de estas reuniones, los dos tomamos el mismo tren. Yo iba para casa y Héctor seguía hasta su refugio del Tigre. En el viaje, se acercó a conversarme un amigo que trabajaba en Cancillería. Y cómo Héctor estaba clandestino, ni se me ocurrió sumarlo a la charla. Igual, no hubiera podido hacerlo, porque ya se había mimetizado entre el pasaje, los asientos y las sombras. Tenía una facilidad pasmosa para invisibilizarse, con ese sombrero y el sobretodo grande que llevaba puestos. Cuando llegué a mi parada me bajé, sin animarme a mirarlo. Y él se fue con el tren. Esa fue la última vez que lo vi. Ni siquiera me pude despedir de él.

–Uno de los parlamentos de El Eternauta dice: “Tu lucha, lo mismo que la lucha de tus compañeros y de todos los hombres que combatieron contra la invasión, no ha sido en vano, aunque así te lo parezca”. Hoy, con tanta agua bajo el puente, ¿qué opina?

–Mis costos personales ya no importan, dibujar El Eternauta no fue en vano. Valió la pena.

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