PERICO

Hoy me tuve que tomar un remis desde Pompeya hasta Plaza Houssay. Gracias a eso conocí a Rodolfo, un colla maravilloso que debe andar arañando el medio siglo y que me habló de su Perico, allá en Jujuy, “en la suela de la bota” como a él le gusta decir, a 1500 km de Buenos Aires. Entre cigarro y cigarro, Rodolfo, fumador incorregible como yo, me contaba que el otro día se sintió medio ofendido porque le subieron dos señoras medio estiradas que iban a Belgrano y se la pasaron todito el viaje hablando mal de “La Señora”. Si supieran los porteños cómo los quieren a “La Señora” y al “Finado” allá en Perico, contaba Rodolfo y yo veía por el espejo que se le humedecían los ojos. Si en la entrada del pueblo nomás hay una foto gigante de Néstor con la camiseta de Talleres de Perico, un homenaje, un recuerdo. Si supieran también esas dos mujeres a las que nada les debe haber faltado nunca, si se enteraran que mi madre trabajo desde chica en el campo y que cuando le llegó la hora de jubilarse no tenía nada de nada porque ya se habían muerto el patrón y el hijo del patrón, y que ellos jamás le hicieron ningún aporte a pesar de que le descontaron durante toda la vida para esa “jubilación”. Si supieran, recordaba Rodolfo –que ya manejaba de memoria porque la cabeza la tenía entre los maizales de su querido Perico (que alguna vez se llamó también Juan Domingo Perón)–, si supieran que con Néstor mi madre pudo tener al final su jubilación, y que lloraba de alegría, así como le digo, lloraba la vieja cuando cobró por primera vez esa platita. Y que La Señora y el Finado les demostraron también a unos cuantos que hablaban pavadas que esa famosa deuda externa podía pagarse para sacarnos de encima a los chupasangre de allá arriba. A unos cuantos tontos y a unos cuantos delincuentes se lo demostraron, decía Rodolfo. Mire, tenga la seguridad que allá, en Perico, los adoran a Néstor y a Cristina, todo el pueblo los quiere. ¿Y usted qué va a votar? A La Señora, ¿no?