MONDO GOGO

Últimamente en esta casa se habla de gogos. Se habla demasiado de esos gogos. Son unos muñequitos amorfos de distintos colores que vienen de a tres en paquetes que traen también figuritas. No tienen ningún sentido, lo cual los distingue del muñeco en general y los hace especialmente valiosos: el sentido se lo dan los pibes. Claro que es marketing, todo es marketing, pero lo bueno de esos gogos es que los chicos se juntan para juntar sus gogos con los gogos de otros pibes. De algún modo, los gogos terminan dándose una orgánica goga.

Son 60 los gogos que, como hemos dicho, carecen de todo sentido. Cada uno tiene un nombre imposible de recordar. No son buenos ni malos, no evolucionan, no luchan contra nada, no persiguen ningún objetivo. Hay, sí, un reglamento de juegos. El primero es idéntico al juego de la taba. La forma irregular del gogo permite que caiga en distintas posiciones: “el jugador lanza un gogo al aire; se otorgan puntos dependiendo de sobre qué lado aterriza; de cabeza 10; de pie 5; de costado 2; boca arriba 1, boca abajo 0”.

Por lo demás, el gogo apunta a la forma primitiva del juego, siempre apelando al revoleo. Tirando, derribando, embocando, soplando, etcétera. Es la evolución de la taba, pero también de las figuritas, de las bolitas y de todo eso que nos hacía ensuciarnos las uñas. Lo dicho, el gogo no tiene ningún otro sentido que el de jugar, y el de transferir dinero directamente de mis bolsillos a los de Panini.